En West River Academy recibimos muchos reportes anuales que inspiran y conmueven, pero algunos dejan una huella especial. Este es el caso de una familia de Argentina que aceptó tener una entrevista con nosotros para compartir su historia. Fue el propio estudiante, hoy de 13 años, quien decidió cómo presentar su experiencia, qué contar y cómo resguardar su privacidad. Eso, en sí mismo, ya es un acto educativo profundo.
Su historia es una respuesta viva para quienes se preguntan: ya nos inscribimos ¿y ahora qué?.
Los miedos de los padres
Hablar con los padres de nuestro estudiante fue como abrir una puerta a las emociones reales que viven muchas familias al soltar la escuela tradicional.
La madre lo expresó con claridad: “Nuestro hijo no lo estaba pasando bien. Y yo veía que así, mal, no se puede aprender”. Aunque ya conocía otras formas de educar, no fue fácil llevar esa convicción al día a día: “Al principio quise ser su profesora. Compré pizarrón, mapas, armé el aula en casa. Duramos dos clases. Era peor que la escuela. Me di cuenta de que tenía que soltar”.
El padre también compartió su camino interno: “Me costó salir del sistema. Yo seguí todo al pie de la letra: primaria, secundaria, terciaria, universidad. Cuando terminé, me sentía vacío. No sabía quién era. No sabía qué me gustaba. Y me dije: no quiero eso para mi hijo”.
Sin embargo, aún con la certeza de querer un camino distinto, el miedo aparecía: “Siempre está esa incertidumbre: ¿estaremos haciendo bien las cosas? ¿No se nos está escapando algo?”. Él reconocía que a veces quería más estructura, más método, aunque sabía que en el campo la naturaleza marca sus propios ritmos: “Hay que aceptar que hay cosas que no se pueden controlar”.
Esta familia, como tantas otras, no llegó a la desescolarización por tenerlo todo claro. Llegó porque eligió confiar en el bienestar de su hijo como brújula.

El miedo de los adultos: “¿y si no aprende nada?”
Uno de los mayores desafíos al dejar la escuela tradicional no es del niño o adolescente, sino del adulto. “¿Y si no hace nada?”, “¿Y si se atrasa?”, “¿Y si no aprende matemáticas o lengua?”. Estas dudas muchas veces empujan a las familias a replicar la escuela en casa, llenando de materias y horarios estructurados una experiencia que podría ser mucho más rica y liberadora.
Como compartimos en este artículo, el primer paso es desescolarizar el cerebro adulto. Soltar el control, la idea de “aprovechar el tiempo” o de que todo tiene que parecerse a una clase.
Tractores como punto de partida
Nuestro estudiante ama el campo desde siempre. La madre cuenta que desde pequeño se subía a los tractores y jugaba con maquinaria. Por eso, cuando dejaron la escuela, decidieron que ese sería el eje del primer año de su desescolarización.
Visitó ExpoAgro con su padre, entrevistó a contratistas rurales, aprendió a sembrar, colaboró en la huerta, se metió en talleres mecánicos, aprendió a soldar, inició un proyecto con su abuelo para comprar un tractor nuevo y hasta llevó la contabilidad del proceso. Todo eso sin que nadie le dijera: “esto es una clase”.

Matemáticas y lenguaje: presentes desde lo cotidiano
Aunque tuvo algunas clases particulares de matemática y lengua, lo más potente fue lo que aprendió por interés propio. Pidió presupuestos, habló por teléfono con vendedores de maquinaria, anotó los datos, leyó manuales técnicos y se relacionó con adultos y pares compartiendo su pasión. Eso también es aprender. De hecho, es aprender en serio.
La madre reconoce que al principio quiso instalar un “aula en casa”, pero no funcionó. Hoy, luego de un año sin stress, con alegría y crecimiento, dice: “No es su manera de aprender”.
Aprender es vivir
También socializó con amigos y adultos del entorno, fue al gimnasio, tuvo tiempo para cabalgar, cocinar, cuidar sus herramientas, conversar sobre criptomonedas, y compartir con su abuelo espacios donde se mezclaban los afectos y los negocios familiares. No hay área del currículo que haya quedado fuera de juego. Lo que quedó fuera fue el miedo.
Cuando le pregunté a la familia si querían compartir esta historia, la madre me respondió: “En el proceso de desescolarizar, los adultos a veces necesitamos algo de qué agarrarnos para comprender mejor el camino que estamos transitando”.

Mis impresiones al recibir el reporte
Cuando recibí el informe anual de esta familia, supe de inmediato que había algo especial en su relato. La forma en que habían centrado el primer año fuera de la escuela en torno a la pasión de su hijo —los tractores— no solo era valiente, sino profundamente coherente con una educación basada en la libertad y el entusiasmo.
Desde West River Academy, valoramos mucho cuando las familias logran soltar las expectativas escolares y acompañar a sus hijos desde sus intereses reales. Este informe mostraba exactamente eso: un niño explorando su mundo con libertad, curiosidad y alegría.
Aunque no estructuraron su año en materias tradicionales, sí hubo un intento inicial por demarcar áreas como lengua, matemática y educación física. Conversamos sobre esto, y les expliqué que no es necesario organizar el informe por asignaturas: buscamos que los reportes reflejen la experiencia viva del estudiante. En este caso, lo lograron con profundidad y autenticidad.
Les propuse realizar una entrevista para inspirar a otras familias que están comenzando este camino y aún no saben cómo dar los primeros pasos. Fue entonces cuando la madre me respondió con una emoción que todavía recuerdo: me dijo que mis palabras la habían hecho llorar, y que en su proceso de desescolarizar, darle clases o contratar un tutor para hacerlo, le hacía “un ruido bárbaro”. Aceptaron la entrevista, y gracias a esa apertura hoy tenemos este testimonio.
Entonces, ¿cómo iniciar con nosotros?
Confiando. Mirando a tu hijo o hija y preguntándote qué lo mueve, qué le interesa, qué disfruta. No se trata de llenar su día de contenidos, sino de abrir espacio para que su curiosidad sea la guía.
A veces el punto de partida puede ser un tractor. O una planta. O el dibujo. O los dinosaurios. Lo importante es recordar que no hay un solo camino. Que no hace falta replicar la escuela. Que el aprendizaje sucede todo el tiempo, especialmente cuando hay pasión y libertad.